La austeridad derramaba intermitente
la frialdad simbólica del beso,
y un firmamento enfervorizado
embriagaba la lujuria
de otros cuerpos de tránsito errante.
La palabra, cautelosa y convicta,
confundía un corazón que se confesaba
devoto del santuario que amasaba
los senderos recorridos de tu cuerpo;
y, con firmeza breve y sutil
como el alma de un haiku,
cruzaba la base del cielo
simulando el migrar de las aves
que se alejan al final del estío.
Cruzan el cielo
las aves migratorias,
final del estío.
Poema magnífico y haiku extraordinario. ¡Muy bien, Pepe!
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